jueves, 4 de enero de 2018

Bajo el amparo de unas manos invisibles


Cuando Alaia no puede dormir, abre la puerta de su casa con mucho sigilo y sale al jardín. Allí sabe que la esperan sus amigos de la noche. Como ellos pertenecen al mundo de los sueños, durante el día tienen que hacerse las estatuas. Pero una vez que el sol lanza su último bostezo y la luz se desvanece, se desperezan moviéndose alegremente bajo el influjo mágico de las estrellas. La ninfa de la fuente salta de su pedestal y va al encuentro del joven arquero que mora a los pies del sauce. La niña se les une y compiten entre ellos disparando flechas de humo a los agitados búhos que flanquean la puerta de entrada.

Hay momentos en que Alaia deja a sus compañeros de juegos boquiabiertos. La ven caminar con los brazos extendidos y  un pie tras otro,  cual avezada funambulista, sobre la estrecha e interminable barandilla de la terraza, suspendida a varios metros del suelo. Aunque su pequeño cuerpo oscile continuamente asomándose al vacío,  nunca se cae.

Bajo la hiedra, una tinaja de barro guarda las cenizas de su abuela Andrea, a la que no llegó a conocer.

Imagen de Internet
Escrito por Juana Mª Igarreta para ENTC


No hay comentarios:

Publicar un comentario