domingo, 1 de febrero de 2015

A sol y a sombra




Carlos siempre me  tuvo como un mero capricho de los días soleados. Yo, harta de que mi dedicación fuese tan solo valorada como una suerte de intermitencia, me propuse  hacerle saber que mi compañía es fiel e incondicional. Que siempre estoy ahí; no solo en los días luminosos cuajados de momentos brillantes en los que la alegría embarga nuestros sentidos;  también cuando la tristeza y el desánimo nos envuelven con su baile huracanado y nos acuchilla el frío. Ahora soy experta en cruzar el umbral de cualquier puerta. Se acabaron las tediosas esperas en el portal de su casa, a la salida del trabajo, del cine, de la biblioteca... Reconozco que sin él no habría llegado nunca hasta aquí.
Imagen de Internet

Ayer, cuando Carlos y su amiguita se fundieron en un largo beso, la ingrávida acompañante de ella y yo, como siempre mimetizando sus gestos, hicimos lo mismo.  Pero ellos se fueron y nosotros aquí seguimos, todavía con nuestras bocas selladas y nuestros etéreos cuerpos unidos. Yo, que tantas veces maldije mi suerte exclamando “¡ay, qué larga es esta vida!”, ahora, desde la recién estrenada certeza de ser yo misma,  me desdigo afirmando que la vida es un suspiro. 


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