Ahora que tu recuerdo va perdiendo incandescencia es cuando puedo escribir sobre ti.
Al enterarnos aquel aciago día primaveral de la batalla a la que te
enfrentabas se nos fundió el sol. Grandes copos de tristeza cayeron
sobre nosotros empapándonos las horas y los días. Después hicimos una
piña en torno a ti y formamos un pequeño ejército que tenía en tu casa
el cuartel general. Para acompañarte en la lucha tú misma tejiste
nuestros uniformes con sólidas hebras de esperanza.
Pasaban los meses y, en medio del dolor que intentabas mitigar a base
de sonrisas y gratitud, te sorprendías de nuestra entrega, cuando
únicamente te devolvíamos un ápice de lo que nos habías regalado.
Durante un tiempo pensamos, ilusos, que tu fortaleza y nuestro apoyo hacían una armada invencible; que nuestro cariño era más fuerte que la munición del enemigo.
Te fuiste sin acabar el año, convirtiendo cada día en un abrazo. Buscando
siempre un espacio donde ver trazos de vida entre el sabor de lo
amargo. Hasta quedarte dormida.
En tu recuerdo cobran nuevo significado las palabras madre, abuela, hermana… Tu ausencia es una herida que nos duele cada día.